Errico Malatesta
Hemos sido (en 1876), como somos todavía, anarquistas comunistas, pero esto no quiere decir que hagamos del comunismo una panacea y un dogma y no veamos que para la realización del comunismo se requieren ciertas condiciones morales y materia¬les que es necesario crear.
La fine dell’ Anarchismo de Luigi Galleani… (es) en sustancia una exposición clara, serena y elocuente del comunismo anárquico, según la concepción kropotkiniana: concepción que yo personalmente encuentro demasiado optimista, demasiado fácil y confiada en las armonías naturales, pero que no por ello deja de ser la contribución más grande que se haya aportado hasta ahora a la difusión del anarquismo.
También nosotros aspiramos al comunismo como a la más perfecta realización de la solidaridad social, pero debe ser comunismo anárquico, es decir, libremente querido y aceptado, y medio para asegurar y acrecentar la libertad de cada uno; pero conside¬ramos que el comunismo estatal, autoritario y obligatorio es la más odiosa tiranía que alguna vez haya afligido, atormentado y obstaculizado la marcha de la humanidad.
Estos anarquistas que se dicen comunistas -y me ubico entre ellos- son tales no porque deseen imponer su modo especial de ver o crean que aparte de éste no haya ninguna salvación, sino porque están convencidos, hasta que se pruebe lo contrario, de que cuanto más se hermanen los hombres y más íntima sea la cooperación de sus esfuerzos en favor de todos los asociados, tanto mayor será el bienestar y la libertad de que podrá gozar cada uno. El hombre, piensan ellos, aunque esté liberado de la opresión de los demás hombres, quedará siempre expuesto a las fuerzas hostiles de la naturaleza, que él no puede vencer por sí solo, aunque ayudado por los demás hombres puede dominarlas y transformarlas en medios de su propio bienestar. Un hombre, que quisiera proveer a sus necesidades materiales trabajando por sí solo, sería esclavo de su trabajo. Un campesino, por ejemplo, que quisiera cultivar por sí solo su trozo de tierra, renun¬ciaría a todas las ventajas de la cooperación y se condenaría a una vida miserable: no podría concederse períodos de reposo, viajes, estudios, contactos con la vida múltiple de los vastos agrupamientos humanos… y no siempre lograría calmar su hambre.
Es grotesco pensar que anarquistas, aunque se digan comunistas y lo sean, deseen vivir en un convento, sometidos a la regla común, a la comida y al vestido uniforme, etcétera; pero sería igualmente absurdo pensar que quieran hacer lo que les plazca sin tener en cuenta las necesidades de los demás; el derecho de todos a gozar de una libertad igual. Todo el mundo sabe que Kropotkin, por ejemplo, que se contaba entre los anar¬quistas más apasionados y elocuentes propagadores de la concepción comunista, fue al mismo tiempo un gran apóstol de la independencia individual y quería con pasión que todos pudieran desarrollar y satisfacer libremente sus gustos artísticos, dedicarse a las investigaciones científicas, unir armoniosamente el trabajo manual y el intelectual para llegar a ser hombres en el sentido más elevado de la palabra.
Además los comunistas (anarquistas, se entiende) creen que a causa de las diferencias naturales de fertilidad, salubridad y ubicación del suelo, sería imposible asegurar individualmente a cada uno iguales condiciones de trabajo, y realizar, si no la solidaridad, por lo menos la justicia. Pero al mismo tiempo se dan cuenta de las inmensas dificulta¬des que implica practicar, antes de un largo período de libre evolución, ese comunismo voluntario universal que ellos consideran como ideal supremo de la humanidad eman¬cipada y hermanada. Y llegan, por lo tanto, a una conclusión que podría expresarse con la siguiente fórmula: en la medida en que se realice el comunismo será posible realizar el individualismo, es decir, el máximo de solidaridad para gozar del máximo de libertad.
El comunismo aparece teóricamente como un sistema ideal que sustituiría en las relaciones humanas la lucha por la solidaridad, utilizaría de la mejor manera posible las energías naturales y el trabajo humano y haría de la humanidad una gran familia de hermanos dispuestos a ayudarse y amarse.
Pero ¿es esto practicable en las actuales condiciones morales y materiales de la huma¬nidad? ¿Y dentro de qué límites?
El comunismo universal, es decir, una comunidad sola entre todos los seres humanos, es una aspiración, un faro ideal hacia el cual hay que tender, pero no podría ser ahora, por cierto, una forma concreta de organización económica. Esto, naturalmente, para nuestra época y probablemente por algún tiempo futuro: quienes vivan en el porvenir pensarán en tiempos más lejanos.
Por ahora sólo se puede pensar en una comunidad múltiple entre poblaciones vecinas y afines que tendrían además relaciones de diverso tipo, comunitarias o comerciales; y aun dentro de estos límites se plantea siempre el problema de un posible antago¬nismo entre comunismo y libertad, puesto que, incluso existiendo un sentimiento que favorecido por la acción económica impulsa a los hombres hacia la hermandad y la solidaridad consciente y voluntaria, y que nos inducirá a propugnar y practicar el mayor comunismo posible, creo que así como el completo individualismo sería antieconómico e imposible, también sería ahora imposible y antilibertario el completo comunismo, sobre todo si se extiende a un territorio vasto.
Para organizar en gran escala una sociedad comunista sería necesario transformar radicalmente toda la vida económica: los modos de producción, de intercambio y de consumo; y esto sólo se podría hacer gradualmente, a medida que las circunstancias objetivas lo permitieran y la masa fuera comprendiendo las ventajas de tal sistema y supiese manejarlo por sí misma.
Si en cambio se quisiese, y se pudiese, proceder de golpe por la voluntad y la preponderancia de un partido, las masas, habituadas a obe¬decer y servir, aceptarían el nuevo modo de vida como una nueva ley impuesta por un nuevo gobierno, y esperarían que un poder supremo impusiese a cada uno el modo de producir y midiese su consumo. Y el nuevo poder, al no saber o no ser capaz de satis¬facer las necesidades y deseos inmensamente variados y a menudo contradictorios, y no queriendo declararse inútil y proceder a dejar a los interesados la libertad de actuar como deseen y puedan, reconstruiría un Estado, fundado como todos los Estados en la fuerza militar y policial, Estado que, si lograse durar, sólo equivaldría a sustituir los viejos patrones por otros nuevos y más fanáticos. Con el pretexto, y quizás con la honesta y sincera intención de regenerar el mundo con un nuevo Evangelio, se querría imponer a todos una regla única, se suprimiría toda libertad, se volvería imposible toda inicia¬tiva; y como consecuencia tendríamos el desaliento y la parálisis de la producción, el comercio clandestino o fraudulento, la prepotencia y la corrupción de la burocracia, la miseria general y, en fin, el retorno más o menos completo a las condiciones de opre¬sión y explotación que la revolución se proponía abolir.
La experiencia rusa no debe haber ocurrido en vano.
En conclusión, me parece que ningún sistema puede ser vital y liberar realmente a la humanidad de la atávica servidumbre, si no es fruto de una libre evolución.
Las sociedades humanas, para que sean convivencia de hombres libres que cooperan para el mayor bien de todos, y no conventos o despotismos que se mantienen por la superstición religiosa o la fuerza brutal, no deben resultar de la creación artificial de un hombre o de una secta. Tienen que ser resultado de las necesidades y las voluntades, coincidentes o contrastantes, de todos sus miembros que, aprobando o rechazando, descubren las instituciones que en un momento dado son las mejores posibles y las desarrollan y cambian a medida que cambian las circunstancias y las voluntades.
Se puede preferir entonces el comunismo, o el individualismo, o el colectivismo, o cualquier otro sistema imaginable y trabajar con la propaganda y el ejemplo para el triunfo de las propias aspiraciones; pero hay que cuidarse muy bien, bajo pena de un seguro desastre, de pretender que el propio sistema sea único e infalible, bueno para todos los hombres, en todos los lugares y tiempos, y que se lo deba hacer triunfar con métodos que no sean la persuasión que resulta de la evidencia de los hechos.
Lo importante, lo indispensable, el punto del cual hay que partir es asegurar a todos los medios que necesitan para ser libres.
Errico Malatesta
Tomado de www.edicionesestrategia.com.ar
miércoles, 1 de agosto de 2007
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1 comentario:
Realmente me pareció muy interesante y me deja mucho en que pensar. Me ayudaste mucho aunque no haya sido tu intención ya que tengo 17 años, recien terminando la secundaria y a punto de ingresar a la universidad no tengo decidida mi postura ya que en su mayoría me parecen algo inestables con las realidades y tipos de clases en el mundo, creo que todos los que tienen (gracias al esfuerzo de su vida, por siempre esmerarse en tener mas que el otro) nunca sederian en algo como el anarquismo-comunista ya que seria una vida completa de competencia en vano. Sin embargo seria espectacular conseguir que al menos una nación/pais grande pusiera todas sus fichas en esta ideologia, seria un gran progreso para la humanidad en sí. Muchas gracias, me dejaste mucho en que pensar.
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